NUESTRA VISIÓN Y MISIÓN COMO ESCUELA

 

¨El jazz, se ha dicho, es el sonido de la sorpresa, es creador de expectativas, de imaginaciones y riesgos impredecibles; acontece de un modo mítico… a veces imitando el silencio, otras destellando en voces y conjuros de notas musicales que se desbordan de toda partitura, que despeñan noches y furias. En el jazz, el calculo no tiene cabida, la autenticidad del instante, su fragilidad lo es todo, y es así que, para interpretar jazz, sea más importante la honestidad ante lo insospechado que la certeza de lo sabido¨.

La Escuela Superior de Jazz se inscribe en esta perspectiva; propone ir más allá de la técnica, del rigor estético del arte musical. Sugiere una exploración, una travesía constante en donde lo humano de cada ser se despliegue siempre en esa audacia por lo impredecible; se trata entonces de un lugar en donde el jazz deambule en plena libertad y sean los talentos del oficio de músico quienes interpelen al arte. En este sentido, el jazz y sus intérpretes adquieren la dimensión de “paladines del cambio constante”, guerreros de lo maravilloso mágico; lo humano esencial llevado al punto sublime de un sonido, una nota, un canto, una melodía que se deja abrazar en medio del misterio. Porque en el jazz la vida, lo cotidiano, aquello que arremete nuestra existencia se ha de volcar sin tregua en cada interpretación… Este “crear” es diferente a la creación que designa a priori su resultado, aquí, los sentimientos se transmutan en música, y es esta expresión de lo musical que forja el lenguaje del jazz.

Sobre este desafío está parada la Escuela Superior de Jazz, espacio que se abre entonces a la exploración, a los talentos, al esfuerzo constante por estar en sintonía con este legado; en estricto rigor “el jazz” no se enseña sino que se comparte. Son historias de vida y recorridos que se develan en una relación virtuosa entre “maestro” y “discípulo”; el saber fluye, se vuelve íntimo, se describe al modo de relatos y es así que se forja el nuevo saber, en ese transmitir la experiencia se trata (al decir de Monk) de “sumergirse en el tempo, traspasarlo una y mil veces, rodearlo, soslayarlo para nuevamente comenzar”.

Esta concepción de “la sorpresa” es lo que propone descubrir nuestra Escuela; una sorpresa que está preñada de historia, de vida, de calidad y calidez, de misterio y experiencia; proponemos continuar la travesía iniciada hace casi dos siglos atrás por aquellos seres arrancados de sus tierras, aquellas vidas humanas que luego, mirando el horizonte con sus cuerpos curvados por el trabajo, cantaron a la libertad y los recuerdos… Se trata de forjar intérpretes de jazz conscientes de la historia, lo social, lo humano y lo poético, todo en una nota, un solo, una improvisación que sea voz interior…

¨El jazz nace vocal, el cuerpo como instrumento y luego se extiende, se abre en un abrazo infinito a la instrumentalidad de la música formando coros, cantos, voces, susurros, silencios que anteceden la gran tormenta de sonidos y ruidos que han de conformar este collage musical… El jazz y sus modos quieren que la vida y la música se encuentren en un continuo estado de devenir. Entonces se dan cita en ese rito las trompetas, los saxos, las guitarras, las baterías y percusiones; se encuentran en un ruedo imaginario contrabajos, pianos, bajos, voces que convocan al litigio íntimo del amor y la furia…¨

Nuestros “maestros” narran sus historias a través de sus instrumentos, comparten sus saberes a través de sus estilos y es así que podemos escuchar voces graves, profundas, arrastrándose por las calles del mundo mientras el saxo tenor dibuja notas y melodías… Por ahí se asoman los acordes, los arpegios de cuerdas delicadas que construyen ciertas tramas oníricas al modo de sueños y relatos… guitarras solitarias, desafiantes, lúdicas, parece que juegan o lloran, se divierten o proclaman… Todos juntos en este espacio-tiempo del jazz. Rítmicos tambores marcan los pasos, el beat asoma temerario, se reinventa el tempo en circunloquios imaginarios… el bajo deambula y arremete, destella en sus formas impredecibles pero ciertas; el piano errante entre sus figuras y sombras, blancas y negras multitudinarias como si Scott Joplín permaneciera eterno en su forma y espíritu…

Nuestras “cátedras” sugieren ciertas travesías, hemos de seguir los pasos de quienes nos antecedieron en sus aventuras, todos los modos al modo de lo que se inventa; los estilos, las “escuelas” que proponen ciertos patrones musicales…

Se trata de revisitar las vidas de aquellos que tejen la gran trama de la historia, y en ella, el relato que da forma al sonido, timbres y tonos de una música siempre descubriéndose. Aquí radica la audacia y propuesta de nuestra Escuela, desentrañar lo nuevo en aquello que se nos presenta como antiguo pero que no es sino una ventana al cosmos del arte musical del jazz.

La obra de una vida, una música que es la vida del ejecutante, toma la configuración de esa vida, y la configura a su vez. Una obra, un perfeccionamiento continúo, para algunos expansión continua, una búsqueda, más allá de las notas, hacia los sonidos; cuando se piensa sin pensar, instrumento y ejecutante son una sola y misma cosa… Aquí, los instrumentos, son la llave que abre el campo infinito de la libertad por donde transita, infatigable, la música del jazz como expresión de arte… y este como extensión de la vida…

Víctor E. González

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